Segunda
parte de los nacimientos de Miguel Mármol, por Eduardo Galeano.
1936, San
Salvador, Miguel a los treinta y uno.
Después del
derrumbamiento de su escondite, Miguel había caído preso. Casi dos años estuvo
preso. Salido de la cárcel, deambula por los caminos. Paria rotoso sin nada. No
tiene partido, porque sus camaradas sospechan que el dictador Martínez lo ha
dejado libre a cambio de traición. No tiene trabajo, porque el dictador
Martínez impide que le den. No tiene mujer, que lo abandonó llevándose a los
hijos, ni tiene casa, ni comida, ni zapatos, y ni nombre tiene siquiera: está
probado que Miguel Mármol no existe desde que fue ejecutado en 1932.
Decide
acabar de una vez. De un machetazo se abrirá las venas. Y está alzando el
machete, cuando por el camino aparece un niño a lomo de burro. El niño lo
saluda, y le pide el machete para partir un coco. Después le ofrece la mitad
del coco abierto, agua de beber, pulpa de comer, y Miguel bebe y come como si
este niño desconocido lo hubiera invitado a una espléndida fiesta, y se levanta
y caminando se va de la muerte.
Y así ocurre
el octavo nacimiento de Miguel Mármol, a los treinta y un años de su edad.
1945,
frontera entre Guatemala y el Salvador, Miguel a los cuarenta.
Duerme en
cavernas y cementerios. Condenado por el hambre a hipo continuo. La hermana,
que lo encuentra de vez en cuando le dice: Dios te ha dado muchas habilidades,
pero te ha puesto el castigo de ser comunista.
Desde que
miguel recuperó la confianza plena de su partido, no ha dejado de correr y
padecer. Y ahora el partido ha resuelto que se marche desde El salvador hacia
el exilio en Guatemala.
Miguel
consigue pasar la frontera. Ya es noche cerrada. Se echa a dormir. Al alba, lo
despierta una enorme vaca, que le esta lamiendo los pies, Miguel le dice: Buen
día.
La vaca se
asusta y huye, se mete en el monte. Del monte emergen, enseguida, cinco toros
vengadores, miguel no puede escapar hacia atrás ni hacia arriba. En tromba se
le vienen encima los toros, pero antes de la embestida final se paran en seco y
mirándolo fijo resoplan, echan fuego y humo, tiran cornadas al aire y
rastrillan el suelo arrancando maleza y polvareda. Miguel suda frío y tiembla.
Tartamudo de pánico, balbucea explicaciones. Los toros lo miran, y se miran
entre sí. Él se encomienda a Marx y a San Francisco de Asís. Y por fin los
toros le dan la espalda y se alejan, cabizbajos, a paso lento.
Y así ocurre
el noveno nacimiento de Miguel Mármol, a los cuarenta años de su edad.
1954,
Mazatenango, Miguel a los cuarenta y nueve.
Al galope
llegan a Mazatenango, en busca de Miguel, mientras el ejército de Castillo
Armas se apodera de Guatemala. Miguel figura en quinto lugar entre los más
peligrosos, condenado por rojo y por extranjero metelíos. Desde que llegó
corrido desde El Salvador, no ha parado un instante en su tarea de agitar
obreros.
Le echan los
perros. Quieren llevárselo colgado de un caballo y exhibirlo por los caminos
con la garganta abierta de un machetazo. Pero Miguel es bicho muy vivido y
sabido y se pierde en los yuyales.
Y así ocurre
el décimo nacimiento de Miguel Mármol, a los cuarenta y nueve años de su edad.
1963, San
Salvador, Miguel a los cincuenta y ocho.
Anda Miguel
como de costumbre, cometiendo sindicatos campesinos y otras diabluras, cuando
los policías lo atrapan en algún pueblito y lo traen, atados de pies y manos, a
la ciudad de san Salvador. Ocho días lo golpean colgado, ocho noches le pegan
en el suelo, pero él no dice ni mú mientras le exigen que revele secretos. En
cambio, cuando el capitán torturador le putea a su gente querida, el viejo
respondón se levanta, el desplumado gallito alza la cresta y cacarea. Miguel
ordena al capitán que cierre esa cochina boca. Y entonces el capitán le hunde
en el cuello el caño de la pistola y Miguel lo desafia a que aviente bala nomás.
Y ya se da Miguel por muerto, cuando de pronto una sombra asoma en el fulgor de
furia de los ojos del capitán, un cansancio o no sé qué lo invade y le toma los
ojos por asalto, y al rato el capitán parpadea, sorprendido de estar donde
está, y lentamente deja caer el arma y la mirada.
Y así ocurre
el undécimo nacimiento de Miguel Mármol, a los cincuenta y ocho años de su
edad.
1975, San
Salvador, Miguel a los setenta.
Cada día de
la vida es el irrepetible acorde de una música que se ríe de la muerte. El
peligroso Miguel se ha pasado de vivo y los dueños de El Salvador deciden
comprar un asesino para que la vida se vaya con la música a otra parte.
El asesino
trae un puñal escondido bajo la camisa. Miguel está sentado, hablando a los
estudiantes en la Universidad. El asesino se abre paso lentamente entre el
público y se va corriendo hasta ubicarse a espaldas de Miguel. Pero en el
instante en que alza el filo, una mujer pega un tremendo alarido y Miguel se
tira al suelo y evita la puñalada.
Y así ocurre
el duodécimo nacimiento de Miguel Mármol, a los setenta años de su edad.
1984, La
Habana, Miguel a los setenta y nueve.
A lo largo
del siglo, este hombre ha pasado la pena negra y muchas veces ha muerto por
bala o patatús. Ahora desde el exilio, sigue acompañando con brío la guerra de
su gente.
La luz del
amanecer lo encuentra siempre levantado, afeitado y conspirando. Él bien podría
quedarse dando vueltas y mas vueltas en las puertas giratorias de la memoria;
pero no sabe hacerse el sordo cuando lo llaman las voces de los tiempos y
caminos que todavía no anduvo.
Y así, a los
setenta y nueve años de su edad, ocurre cada día un nuevo nacimiento de Miguel
Mármol, viejo maestro en el oficio del nacer incesante.
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