martes, 28 de octubre de 2014

Los nacimientos de Miguel Mármol por Eduardo Galeano segunda parte.



Segunda parte de los nacimientos de Miguel Mármol, por Eduardo Galeano.
1936, San Salvador, Miguel a los treinta y uno.
Después del derrumbamiento de su escondite, Miguel había caído preso. Casi dos años estuvo preso. Salido de la cárcel, deambula por los caminos. Paria rotoso sin nada. No tiene partido, porque sus camaradas sospechan que el dictador Martínez lo ha dejado libre a cambio de traición. No tiene trabajo, porque el dictador Martínez impide que le den. No tiene mujer, que lo abandonó llevándose a los hijos, ni tiene casa, ni comida, ni zapatos, y ni nombre tiene siquiera: está probado que Miguel Mármol no existe desde que fue ejecutado en 1932.
Decide acabar de una vez. De un machetazo se abrirá las venas. Y está alzando el machete, cuando por el camino aparece un niño a lomo de burro. El niño lo saluda, y le pide el machete para partir un coco. Después le ofrece la mitad del coco abierto, agua de beber, pulpa de comer, y Miguel bebe y come como si este niño desconocido lo hubiera invitado a una espléndida fiesta, y se levanta y caminando se va de la muerte.
Y así ocurre el octavo nacimiento de Miguel Mármol, a los treinta y un años de su edad.
1945, frontera entre Guatemala y el Salvador, Miguel a los cuarenta.
Duerme en cavernas y cementerios. Condenado por el hambre a hipo continuo. La hermana, que lo encuentra de vez en cuando le dice: Dios te ha dado muchas habilidades, pero te ha puesto el castigo de ser comunista.
Desde que miguel recuperó la confianza plena de su partido, no ha dejado de correr y padecer. Y ahora el partido ha resuelto que se marche desde El salvador hacia el exilio en Guatemala.
Miguel consigue pasar la frontera. Ya es noche cerrada. Se echa a dormir. Al alba, lo despierta una enorme vaca, que le esta lamiendo los pies, Miguel le dice: Buen día.
La vaca se asusta y huye, se mete en el monte. Del monte emergen, enseguida, cinco toros vengadores, miguel no puede escapar hacia atrás ni hacia arriba. En tromba se le vienen encima los toros, pero antes de la embestida final se paran en seco y mirándolo fijo resoplan, echan fuego y humo, tiran cornadas al aire y rastrillan el suelo arrancando maleza y polvareda. Miguel suda frío y tiembla. Tartamudo de pánico, balbucea explicaciones. Los toros lo miran, y se miran entre sí. Él se encomienda a Marx y a San Francisco de Asís. Y por fin los toros le dan la espalda y se alejan, cabizbajos, a paso lento.
Y así ocurre el noveno nacimiento de Miguel Mármol, a los cuarenta años de su edad.
1954, Mazatenango, Miguel a los cuarenta y nueve.
Al galope llegan a Mazatenango, en busca de Miguel, mientras el ejército de Castillo Armas se apodera de Guatemala. Miguel figura en quinto lugar entre los más peligrosos, condenado por rojo y por extranjero metelíos. Desde que llegó corrido desde El Salvador, no ha parado un instante en su tarea de agitar obreros.
Le echan los perros. Quieren llevárselo colgado de un caballo y exhibirlo por los caminos con la garganta abierta de un machetazo. Pero Miguel es bicho muy vivido y sabido y se pierde en los yuyales.
Y así ocurre el décimo nacimiento de Miguel Mármol, a los cuarenta y nueve años de su edad.
1963, San Salvador, Miguel a los cincuenta y ocho.
Anda Miguel como de costumbre, cometiendo sindicatos campesinos y otras diabluras, cuando los policías lo atrapan en algún pueblito y lo traen, atados de pies y manos, a la ciudad de san Salvador. Ocho días lo golpean colgado, ocho noches le pegan en el suelo, pero él no dice ni mú mientras le exigen que revele secretos. En cambio, cuando el capitán torturador le putea a su gente querida, el viejo respondón se levanta, el desplumado gallito alza la cresta y cacarea. Miguel ordena al capitán que cierre esa cochina boca. Y entonces el capitán le hunde en el cuello el caño de la pistola y Miguel lo desafia a que aviente bala nomás. Y ya se da Miguel por muerto, cuando de pronto una sombra asoma en el fulgor de furia de los ojos del capitán, un cansancio o no sé qué lo invade y le toma los ojos por asalto, y al rato el capitán parpadea, sorprendido de estar donde está, y lentamente deja caer el arma y la mirada.
Y así ocurre el undécimo nacimiento de Miguel Mármol, a los cincuenta y ocho años de su edad.
1975, San Salvador, Miguel a los setenta.
Cada día de la vida es el irrepetible acorde de una música que se ríe de la muerte. El peligroso Miguel se ha pasado de vivo y los dueños de El Salvador deciden comprar un asesino para que la vida se vaya con la música a otra parte.
El asesino trae un puñal escondido bajo la camisa. Miguel está sentado, hablando a los estudiantes en la Universidad. El asesino se abre paso lentamente entre el público y se va corriendo hasta ubicarse a espaldas de Miguel. Pero en el instante en que alza el filo, una mujer pega un tremendo alarido y Miguel se tira al suelo y evita la puñalada.
Y así ocurre el duodécimo nacimiento de Miguel Mármol, a los setenta años de su edad.
1984, La Habana, Miguel a los setenta y nueve.
A lo largo del siglo, este hombre ha pasado la pena negra y muchas veces ha muerto por bala o patatús. Ahora desde el exilio, sigue acompañando con brío la guerra de su gente.
La luz del amanecer lo encuentra siempre levantado, afeitado y conspirando. Él bien podría quedarse dando vueltas y mas vueltas en las puertas giratorias de la memoria; pero no sabe hacerse el sordo cuando lo llaman las voces de los tiempos y caminos que todavía no anduvo.
Y así, a los setenta y nueve años de su edad, ocurre cada día un nuevo nacimiento de Miguel Mármol, viejo maestro en el oficio del nacer incesante.

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