miércoles, 26 de noviembre de 2014

Mar muerto y Tocaia Grande, del autor brasileño Jorge Amado



Mar muerto es una novela que cuenta el tipo de vida que llevan los trabajadores del muelle de Bahía, canoeros, patrones de saveiros entre otros y se centra en la historia de vida de Guma, Livia y francisco, los tres parientes agregándose otros personajes como Rosa Palmeiron, el patrón Manuel y Clara.
Cuenta la historia principalmente la relación de los marinos y el mar como todos viven en suspenso aguardando la muerte de un momento al otro al ser sorprendidos por una tempestad en el mar y el sufrimiento de las mujeres que aguardan en el muelle la llegada de sus hombres. Guma es un patrón de saveiro con tradición familiar en el rubro que realiza viajes a distintos destinos llevando cargamentos mientras su mujer Livia lo espera siempre con el miedo latente de que ocurra una tragedia y Yemanja se los lleve para las tierras de aioca, Yemanja que es madre y amante de los marineros  también es protagonista en esta historia y en ella se puede conocer un poco la devoción que le tienen los marineros. Guma vive un montón de aventuras algunas riesgosas de las cuales siempre sale airoso hasta que finalmente le llega su momento en una tempestad que vuelca su saveiro y en la cual tras salvarle la vida a dos hombres perece ahogado, así se cumplen los malos presagios de Livia y esta con un hijo y con una mala situación económica arria las velas del saveiro dejado por su amor y sale a enfrentar el mar que le robo todo.
Tocaia Grande es un descampado a orillas de un río donde se produjo una emboscada hecha por los hombres del Coronel Boaventura Andrade en épocas de disputas de tierras de los terratenientes plantadores de cacao. El capitán Natario da Fonseca hombre del coronel Boaventura ve en ese lugar un buen sitio donde asentar un pueblo debido a que es un atajo hacia los municipios cercanos de Taquaras e Itabuna, este determina que allí será su residencia y al poco tiempo se convierte en paraje donde se instalan un puñado de prostitutas y donde los empleados de las distintas haciendas paran para pernoctar. Buscando riqueza y prosperidad allí se instala también el personaje Turco Fadul abriendo un comercio de ramos generales, poco a poco el paraje se va poblando y comienzan a llegar campesinos en busca de tierras para subsistir con sus cosechas así el paraje va adquiriendo fama y sigue llegando gente y obras idílicas se erigen, pasado el tiempo el paraje va adquiriendo tradiciones y costumbres. Son más de trescientos personajes los que desfilan por esta obra, el progreso llama a la ambición y pronto aparece un dueño de estas tierras y arma a muchos yaguncos y con el apoyo de la ley pretende invadir Tocaia Grande y asumir sus propiedades este no es más que el mismo hijo de coronel Boaventura el pueblo resiste el asedio por aproximadamente un día y en el enfrentamiento caen uno a uno los protagonistas de esta historia, mas tarde este pueblo se convertiría en lo que hoy se conoce como Irisopolis, pero al autor brasileño no le interesa esta historia sino la historia de su gestación como Tocaia Grande, todos los conflictos, padecimientos y sufrimientos que lo erigieron como una ciudad y la historia de la gente que lo hizo posible, entre sus principales protagonistas veremos al capitán Natario da Fonseca, al turco Fadul Abdala, al negro Tizon Castor Abduil, al coronel Boaventura Andrade a su hijo Venturinha, a Coroca partera y prostituta, al acordeonista Pedro Cigano animador de las primeras fiestas, familias de diversas regiones que buscan tierras libres para cosechar y vivir de ellas y a diversas prostitutas que alternan en el tiempo.   

martes, 18 de noviembre de 2014

Alejo Carpentier, lo Real Maravilloso, El Reino de este Mundo.



Alejo Carpentier y Valmont (26 de diciembre de 1904 – 24 de abril de 1980), fue un novelista y narrador cubano que influyó notablemente en la literatura latinoamericana durante su período de auge, el llamado boom latinoamericano. La crítica lo considera uno de los escritores fundamentales del siglo XX en lengua castellana, y uno de los artífices de la renovación literaria latinoamericana, en particular a través de un estilo que incorpora varias dimensiones y aspectos de la imaginación para recrear la realidad, elementos que contribuyeron a su formación y uso de lo  “Real Maravilloso”.
Dice en el prologo del Reino de este Mundo el autor, que lo maravilloso comienza a serlo de manera inequívoca cuando surge de una alteración de la realidad, (el milagro), de una revelación privilegiada de la realidad, de una iluminación inhabitual o singularmente favorecedora de las inadvertidas riquezas de la realidad, de una ampliación de las escalas y categorías de la realidad, percibidas con particular intensidad en virtud de una exaltación del espíritu que lo conduce a un modo de “ estado limite “. Para empezar, la sensación de lo maravillosos presupone una fe. Los que no creen en santos no pueden curarse con milagros de santos, ni los que no son Quijotes pueden meterse, en cuerpo, alma y bienes, en el mundo de Amadís de Gaula o Tirante el Blanco.
Lo real maravilloso es un patrimonio de la América entera, donde todavía no se ha terminado de establecer, por ejemplo, un recuento de cosmogonías. Lo real maravilloso se encuentra a cada paso en las vidas de hombres que inscribieron fechas en la historia del continente y dejaron apellidos, aún llevados: desde los buscadores de la Fuente de la Eterna Juventud, de la áurea ciudad de Manoa, hasta ciertos rebeldes de la primera hora o ciertos héroes modernos de nuestras guerras de independencia.
El Reino de este Mundo cuenta la historia de los levantamientos de los esclavos negros en Santo Domingo Haití por ese entonces colonia francesa, producido en primera instancia por el personaje Mackandal, quien trabajaba en un trapiche junto a Ti Noel protagonista central de esta historia, tras perder el brazo que quedo atorado en el trapicha por esto el esclavo Mackandal por su incapacidad es derivado a cuidar el ganado, pronto este se interesa por las hierbas, raíces y plantas de su tierra y junto a una bruja prepara un poderoso veneno que es derramado por todas las haciendas produciendo la muerte masiva del ganado, el pánico entra en los colonos cuando el veneno llega a sus casas, por este motivo los colonos empiezan a matar y torturar a los negros hasta descubrir que detrás de todo está el manco Mackandal quien se esconde de sus perseguidores con sus poderes licantrópicos hasta que finalmente es apresado y llevado a la plaza para ser quemado en público y en presencia de todos los esclavos para escarmiento de estos. Luego de ser ejecutado, la situación se calma  y los colonos vuelven a dominar a sus esclavos, pero el espíritu de Mackandal seguía vivo, enterados de que en Francia se pregonaba en ciertos círculos la libertad de los negros surge la figura de Bouckman el jamaiquino que planeo una sublevación y la señal fue dada por el sonido de una trompa de caracol que fue respondida por los montes y la selva. Todas las puertas de los barracones cayeron a la vez, derribadas desde adentro, armados de estacas, los esclavos rodearon las casas de los mayorales apoderándose de las herramientas corrieron hacia las viviendas principales, dando mueras a los amos, al gobernador, al Buen Dios y a todos los franceses.
Monsieur Lenomand de Mezy, amo de Ti Noel, había sobrevivido al esconderse en un pozo, paso varios días aterrorizado hasta que un correo a caballo frenó su montura con la noticia de que la horda estaba vencida y la cabeza del jamaiquino Bouckman se engusanaba ya verdosa y boquiabierta en el preciso lugar en que se había hecho ceniza hedionda la carne del manco Mackandal. Se estaba organizando el exterminio total de negros. Lenomand de Mezy se montó en la grupa del caballo del mensajero, que salió gualtrapeando por el camino del Cabo.
Lenomand de Mezy huyó a Santiago de Cuba con un puñado de esclavos que logro rescatar de la muerte entre ellos Ti Noel, casi todos los colonos escaparon tras no poder sofocar la rebelión.
Varios años después Ti Noel escapa de sus amos y vuelve a Santo Domingo, se encamina hacia la antigua hacienda de Lenomand de Mezy, estaba hablando con las hormigas cuando un ruido inesperado le hizo volver la cabeza. Hacia él venían, a todo trote, varios jinetes de uniformes resplandecientes de estilos napoleónicos, Ti Noel, fascinado, siguió el rastro de sus caballos en la tierra del camino. Sobre un fondo de montañas estriadas de violado por gargantas profundas se alzaba un palacio rosado, un alcázar de ventanas arqueadas. A medida que se iba acercando, Ti Noel descubría terrazas, estatuas, arcadas, jardines, pérgolas, arroyos, pero lo que más asombraba a Ti Noel era el descubrimiento de que ese mundo prodigioso, como no lo habían conocido los gobernadores del Cabo era un mundo de negros. Ti Noel comprendió que se hallaba en Sans – Souci, la residencia predilecta del rey Henri Christophe, aquel que fuera antaño cocinero en la calle de los españoles y que hoy fundía monedas con sus iniciales, Ti Noel fue apresado y los pusieron a trabajar llevando ladrillos a la obra. El rey Christophe subía a menudo a la ciudadela para cerciorarse de los progresos de la obra. En caso de intento de reconquista de la isla por Francia, él, Henri Christophe, Dios, mi causa y mi espada, podría resistir ahí, encima de las nubes durante los años que fuesen necesarios.
Un día el pueblo se cansó de la tiranía del rey y este cae herido en una iglesia y es llevado a su palacio. ¡Están tocando el maducumán! Gritó Christophe, en ese instante la guardia rompió filas atravesando en desorden la explanada de honor. Los oficiales corrieron con el sable en claro. De las ventanas de los cuarteles empezaron a descolgarse racimos de hombres, se dispararon tiros al aire, era una desbandada general de uniformes, luego fue la calma del atardecer, el palacio estaba desierto, entregado a la noche sin luna. Era de quien quisiera tomarlo. La noche se lleno de tambores. Llamándose unos a otros, respondiéndose de montaña a montaña, subiendo de las playas, saliendo de las cavernas, tronaban los tambores radás, los tambores congos, los tambores de Bouckman, los tambores de los Grandes Pactos, los tambores todos del vodú. El rey estaba en su habitación, ya había comenzado el incendio de sus granjas, de sus alquerías, de sus cañaverales. Ahora, delante de los tambores corría el fuego, saltando de casa en casa, de sembrado a sembrado. El edificio entero había desaparecido en ese fuego frio, haciendo de cada pared una cisterna de hogueras encrespadas. Casi no oyó el disparo, por que los tambores estaban ya demasiado cerca. La mano de Christophe soltó el arma, yendo a la sien abierta. Así, el cuerpo se levantó todavía, quedando como suspendido en el intento de un paso, antes de desplomarse, de cara adelante, con todas sus condecoraciones. Los pajes aparecieron en el umbral de la sala. El rey moría, de bruces en su propia sangre.
Ti Noel fue uno de los primeros en saquear el palacio y su casa, la había sido de Lenomand de Mezy tenía extravagantes muebles. Al tiempo llegaron los agrimensores blancos y median la tierra y pronto los negros cayeron bajo el látigo nuevamente para trabajar la tierra, esta vez los amos se hacían denominar como Mulatos Republicanos. Por más que pensara Ti Noel no veía la manera de ayudar a sus pares nuevamente encorvados bajo la tralla de alguien. El anciano comenzaba a desesperarse ante ese inacabable retoñar de cadenas, ese renacer de grillos, esa proliferación de miserias, que los más resignados acababan por aceptar como prueba de la inutilidad de toda rebeldía. Ti Noel temió que también le hicieran trabajar a pesar de su edad, ya que la vestidura de hombre solía traer tantas calamidades, más valía despojarse de ella por un tiempo, tomada esa decisión, Ti Noel se sorprendió de lo fácil que es transformarse en animal cuando se tienen poderes para ello. Como prueba se trepó a un árbol, quiso ser ave, y al punto fue ave, y así Ti Noel se fue transformando en diversos animales pero ningún estilo de vida de estos lo conformaba y comprendió entonces, que el hombre nunca sabe para quién padece y espera. Padece y espera y trabaja para gente que nunca conocerá, y que a su vez padecerán y esperarán y trabajarán para otros que tampoco serán felices, pues el hombre ansía siempre una felicidad situada más allá de la porción que le es otorgada. Pero la grandeza del hombre está precisamente en querer mejorar lo que es. En imponerse tareas. En el Reino de los Cielos no hay grandes que conquistar, puesto que allá todo es jerarquía establecida, incógnita despejada, existir sin término, imposibilidad de sacrificio, reposo y deleite. Por ello, agobiado de penas y tareas, hermoso dentro de su miseria, capaz de amar en medio de las plagas, el hombre solo puede hallar su grandeza, su máxima medida en el Reino de este Mundo.          

sábado, 8 de noviembre de 2014

Cien años de soledad, el coronel Aureliano Buendía, Tercera parte, Fin.



Después de muchas idas y vueltas entre el partido conservador y el partido liberal, cansado ya de estas tropelías y viendo que la guerra no llevaba a nada, el coronel Aureliano Buendía pidió a su amigo el coronel Gerineldo Márquez que lo ayudara a terminar con la guerra, al decirlo no imaginaba que era más fácil empezar una guerra que terminarla. Necesitó casi un año de rigor sanguinario para forzar al gobierno a proponer condiciones de paz favorables a los rebeldes, y otro año para persuadir a sus partidarios de la conveniencia de aceptarlas. Llegó a inconcebibles extremos de crueldad para sofocar las rebeliones de sus propios oficiales, que se resistían a feriar la victoria, y terminó apoyándose en fuerzas enemigas para acabar de someterlos, la paz seria concertada en el armisticio de Neerlandia.
En los días siguientes se ocupó de destruir todo rastro de su paso por el mundo. Simplificó el taller de platería hasta solo dejar los objetos impersonales, regaló sus ropas a los ordenanzas y enterró sus armas en el patio con un sentido de penitencia, sólo conservó una pistola, y con una sola bala. La víspera del armisticio, cuando ya no quedaba en la casa un solo objeto que permitiera recordarlo, llevó a la panadería el baúl con sus versos y los quemo. Después, cuando su médico personal acabó de extirparle los golondrinos de las axilas, él le preguntó sin demostrar interés particular cuál era el sitio exacto del corazón. El médico lo auscultó y le pintó luego un círculo en el pecho con un algodón sucio de yodo.
El martes del armisticio amaneció tibio y lluvioso. El coronel Aureliano Buendía apareció en la cocina antes de la cinco y tomó su habitual café sin azúcar.
El acto se celebró a veinte kilómetros de Macondo, a la sombra de una ceiba gigantesca, el coronel Aureliano Buendía llegó en una mula embarrada. Estaba sin afeitarse, mas atormentado por el dolor de los golondrinos que por el inmenso fracaso de sus sueños, pues había llegado al término de toda esperanza, más allá de la gloria y de la nostalgia de la gloria.
El acto duró apenas el tiempo indispensable para que se estamparan las firmas, se dispuso a firmar los pliegos del acta de rendición sin leerlos, uno de sus oficiales rompió el silencio _ Coronel _ dijo _ háganos el favor de no ser el primero en firmar_. El coronel accedió, el documento dio la vuelta completa a la mesa, el primer lugar estaba todavía en blanco. El coronel se dispuso a ocuparlo. _ Coronel _ dijo entonces otro de sus oficiales, _ todavía tiene tiempo de quedar bien _. Sin inmutarse, el coronel firmó la primera copia. Luego del proceso se retiró a una tienda de campaña que le habían preparado por si quería descansar. Allí se quitó la camisa, se sentó en el borde del catre, y a las tres y cuarto de la tarde se disparó un tiro de pistola en el círculo de yodo que su médico personal le había pintado en el pecho. Lo llevaron a su casa envuelto en la manta acartonada de sangre seca y con los ojos abiertos de rabia. Estaba fuera de peligro. El proyectil siguió una trayectoria tan limpia que el médico le metió por el pecho y le sacó por la espalda un cordón empapado en yodo _ Esta es mi obra maestra _ le dijo satisfecho _ era el único punto por donde podía pasar una bala sin lastimar ningún centro vital _.
El fracaso de la muerte le devolvió en pocas horas el prestigio perdido. Los mismos que inventaron la patraña de que había vendido la guerra, definieron la tentativa de suicidio como un acto de honor, y lo proclamaron mártir. Luego cuando rechazo la Orden del Mérito que le otorgó el presidente de la república, hasta sus más encarnizados rivales desfilaron por su cuarto pidiéndole que desconociera los términos del armisticio y promoviera una nueva guerra.
Poco a poco había ido perdiendo todo contacto con la realidad de la nación. Encerrado en su taller, su única relación con el resto del mundo era el comercio de pescaditos de oro. Uno de los antiguos soldados que vigilaron su casa en los primeros días de la paz iba a venderlos a las poblaciones de la ciénaga, y regresaba cargado de monedas y noticias. _ No me hables de política _ Le decía el coronel _ Nuestro asunto es vender pescadito _. Fue entonces que comprendió que el secreto de una buena vejez no es otra cosa que un pacto honrado con la soledad.
Se anunció el inesperado jubileo del coronel Aureliano Buendía, ordenado por el gobierno para celebrar un nuevo aniversario del tratado de Neerlandia. Fue una determinación tan inconsecuente con la política oficial que el coronel se pronunció violentamente contra ella y rechazó el homenaje _ Es la primera vez que oigo la palabra jubileo _ decía _ pero cualquier cosa que quiera decir, no puede ser sino una burla_. Les ordenó que lo dejaran en paz, insistió que él no era un prócer de la nación como ellos decían, sino un artesano sin recuerdos, cuyo único sueño era morirse de cansancio en el olvido y la miseria de sus pescaditos de oro. De modo que el jubileo se llevó a cabo sin asistencia de ninguno de los miembros de la familia.
Con motivos de la conmemoración del jubileo llegaron a su casa sus diecisiete  hijos, pasaron una temporada en el pueblo y se fueron cada uno con un pescadito de oro y con una marca indeleble de ceniza en la frente, luego cuando llegaron los gringos de la company frutera el coronel se altero con los cambios producidos y amenazo con reclutar a sus muchachos para volver a la guerra, esa noche la mayoría de sus hijos fueron asesinados con un tiro en la frente en la marca indeleble de ceniza en los distintos puntos del país, furioso el coronel decidió emprender una campaña y entonces visito al enfermo coronel Gerineldo Márquez para que lo ayudara a promover la guerra total _ Ay, Aureliano _ suspiro Gerineldo _ ya sabía que estabas viejo, pero ahora me doy cuenta que estás mucho más viejo de lo que pareces _  y así fracaso su último intento de promover una guerra.
Por esos días Úrsula su madre se dio cuenta de que el coronel Aureliano Buendía no le había perdido el cariño a la familia a causa del endurecimiento de la guerra, como ella creía antes, sino que nunca había querido a nadie, ni siquiera a su esposa Remedios o  a las incontables mujeres de una noche que pasaron por su vida, y mucho menos a sus hijos. Vislumbró que no había hecho tantas guerras por idealismo, como todo el mundo creía, ni había renunciado por cansancio a la victoria inminente, como todo el mundo creía, sino que había ganado y perdido por el mismo motivo, por pura y pecaminosa soberbia. Llegó a la conclusión de que aquel hijo por quien ella habría dado la vida era simplemente un hombre incapacitado para el amor. Una noche, cuando lo tenía en el vientre, lo oyó llorar ahora la lucides de la decrepitud le permitió ver, y así lo repitió muchas veces, que el llanto de los niños en el vientre de la madre no es un anuncio de ventriloquía ni de facultad adivinatoria, sino una señal inequívoca de incapacidad para el amor.

viernes, 7 de noviembre de 2014

Cien años de soledad, El coronel Aureliano Buendía, Segunda parte.



Cuando termino la guerra, el gobierno en una proclama altisonante prometía un despiadado castigo para los promotores de la rebelión, el coronel Aureliano Buendía cayó prisionero cuando estaba a punto de alcanzar la frontera disfrazado de hechicero indígena. La noticia de la captura fue dada en Macondo con un bando extraordinario. El coronel Aureliano Buendía había sido condenado a muerte y cuando le preguntaron por su última voluntad, no tuvo la menor dificultad para identificar el presagio que le inspiro la respuesta: _ Pido que la sentencia se cumpla en Macondo_ El presidente del tribunal se disgusto: _ No sea vivo, Buendía _ Le dijo _ Es una estratagema para ganar tiempo. _ Si no la cumplen, allá ustedes _ Dijo el coronel _ Pero esa es mi última voluntad.
La sentencia seria ejecutada en Macondo, para escarmiento de la población.
Llego a Macondo con las manos amarradas a la espalda con una soga que sostenía en la cabeza de su montura un oficial a caballo, parecía un pordiosero, tenía la ropa desgarrada, el cabello y la barba enmarañados, y estaba descalzo.
Desde el principio de la adolescencia, cuando empezó a ser consciente de sus presagios, pensó que la muerte había de anunciarse con una señal definida, inequívoca, pero le faltaban pocas horas para morir, y la señal no llegaba, así había logrado eludir cuatro de once emboscadas, entonces llegó a la conclusión de que quizás la muerte no se anunciaría esta vez, porque no dependía del azar sino de la voluntad de sus verdugos.
_ Vamos, Buendía _ le dijo su verdugo Roque Carnicero _ Nos llego la hora. _ Así que era esto  _ Replicó el coronel _ Estaba soñando  _ Tanto joderse uno _ murmuraba _ tanto joderse para que lo maten a uno seis maricas sin poder hacer nada.
Cuando el pelotón lo apuntó, la rabia se había materializado en una sustancia viscosa y amarga que le adormeció la lengua y lo obligó a cerrar los ojos. Entonces desapareció el resplandor de aluminio del amanecer, cuando oyó el grito creyó que era la orden final al pelotón. Abrió los ojos con una curiosidad de escalofrió, esperando encontrarse con la trayectoria incandescente de los proyectiles, pero sólo encontró al capitán Roque Carnicero con los brazos en alto, y a José Arcadio, su hermano, atravesando la calle con su escopeta pavorosa lista para disparar, _ No haga fuego _ Le dijo el capitán a José Arcadio _ Usted viene mandado por la Divina Providencia. Allí empezó otra guerra. El capitán Roque Carnicero y sus seis hombres se fueron con el coronel Aureliano Buendía a liberar al general revolucionario Victorio Medina, condenado a muerte en Riohacha, tuvieron que hacer la peligrosa ruta de las estribaciones, sin mas municiones que las del pelotón de fusilamiento, cuando avistaron a Riohacha desde un recodo de la sierra el general Victorio Medina había sido fusilado. Los hombres del coronel Aureliano Buendía lo proclamaron jefe de las fuerzas revolucionarias del litoral del Caribe, con el grado de general. Él asumió el cargo, pero rechazó el ascenso, y se puso a sí mismo la condición de no aceptarlo mientras no derribaran el régimen conservador. Al cabo de tres meses habían logrado armar a más de mil hombres y fueron ganando y perdiendo batallas.
Un parte del gobierno divulgado por telégrafo y publicado en bandos jubilosos por todo el país, anunció la muerte del coronel Aureliano Buendía, pero dos días después, un telegrama múltiple, anunciaba otra rebelión en los llanos del sur. Así empezó la leyenda de la ubicuidad del coronel Aureliano Buendía. Informaciones simultáneas y contradictorias lo declaraban victoriosos en Villa Nueva, derrotado en Guacamayal, muerto en una aldea de la ciénaga y otra vez sublevado en Urumita.
Los dirigentes liberales, que en aquel momento estaban negociando una participación en el parlamento, lo señalaron como un aventurero, sin representación de partido. El gobierno nacional lo asimiló a la categoría de bandolero y puso a su cabeza un precio de cinco mil pesos. Al cabo de dieciséis derrotas el coronel Aureliano Buendía salió de la Guajira con dos mil indígenas bien armados, y la guarnición sorprendida durante el sueño abandonó Riohacha. Allí estableció su cuartel general y proclamó la guerra total contra el régimen.
Tres meses después regresó a Macondo pero no se entusiasmaba con las apariencias. Las tropas del gobierno abandonaban las plazas sin resistencia, pero el tenia conciencia de estar acorralado contra el mar, y metido en una situación política muy confusa. Buscando una tronera de escape pasaba horas y horas en la oficina telegráfica, conferenciando con los jefes de otras plazas, y cada vez salía con la impresión más definida de que la guerra estaba estancada. _ Estamos perdiendo el tiempo _ se quejaba ante sus oficiales _ Estaremos perdiendo el tiempo mientras los cabrones del partido estén mendigando un asiento en el congreso _.
Una noche de incertidumbre en que Pilar Ternera cantaba en el patio con la tropa, él le pidió que le leyera el porvenir en las barajas _ Cuídate la boca _ Fue todo lo que saco en claro Pilar ternera. Dos días después alguien le dio a un ordenanza un tazón de café si azúcar, y el ordenanza se lo pasó a otro, y esté a otro, hasta que llegó de mano en mano al despacho del coronel Aureliano Buendía, no había pedido café, pero ya que estaba ahí, el coronel se lo tomó, tenía una carga de nuez vómica suficiente para matar un caballo. Cuando lo llevaron a su casa estaba tieso y arqueado y tenía la lengua partida entre los dientes. Su madre se lo disputó a la muerte. Después de limpiarle el estómago con vomitivos, lo envolvió en frazadas calientes y le dio claras de huevo durante dos días, hasta que el cuerpo estragado recobró la temperatura normal. Al cuarto día estaba fuera de peligro. En esas noches sus pensamientos se hicieron tan claros, que pudo examinarlos al derecho y al revés, una noche le preguntó al coronel Gerineldo Márquez: _ Dime una cosa, compadre: ¿Por qué estás peleando? _ por qué ha de ser, compadre _ contestó _ Por el gran partido liberal.
_ Dichoso tú que lo sabes _ contesto él _ yo por mi parte, apenas ahora me doy cuenta que estoy peleando por orgullo.
_ Eso es malo _ dijo Gerineldo.
Al coronel Aureliano Buendía le divirtió su alarma _ Naturalmente _ dijo _ Pero en todo caso, es mejor eso que no saber por qué se pelea _ Lo miró a los ojos, y agregó sonriendo: _ O que pelear como tú por algo que no significa nada para nadie.
La convalecencia le permitió reflexionar. Entonces consiguió que su madre le diera el resto de la herencia enterrada y sus cuantiosos ahorros, nombró jefe civil y militar de Macondo al coronel Gerineldo Márquez y se fue a establecer contacto con los grupos rebeldes del interior.
Tiempo después los oficiales de Macondo tenían informes confidenciales de la inminencia de una paz negociada, en efecto los dirigentes del partido habían establecido contacto con jefes rebeldes del interior, y estaban en vísperas de concertar el armisticio a cambio de tres ministerios para los liberales, una representación minoritaria en el parlamento y la amnistía general para los rebeldes que depusieran las armas. Una orden altamente confidencial del coronel Aureliano Buendía, que declaraba estar en desacuerdo con los términos del armisticio llego a los oficiales en Macondo.
Diez días después de que un comunicado conjunto del gobierno y la oposición anunció el término de la guerra, se tuvieron noticias del primer levantamiento armado del coronel Aureliano Buendía en la frontera occidental. En el curso de ese año, mientras liberales y conservadores trataban de que el país creyera en la reconciliación, intentó otros siete alzamientos. Ocupó más de quince días una aduana fronteriza, y desde allí dirigió a la nación un llamado a la guerra general.
En aquellos días se rumoreaba que el coronel había sido muerto en un desembarco cerca de la capital provincial. El anuncio oficial, el cuarto en menos de dos años fue tenido por cierto durante casi seis meses pues nada volvió a saberse de él. Luego llego una noticia insólita. El coronel Aureliano Buendía estaba vivo, pero aparentemente había desistido de hostigar al gobierno de su país y se había sumado al federalismo triunfante en otras repúblicas del Caribe. Aparecía con nombres distintos cada vez más lejos de su tierra. Después había de saberse que la idea que entonces lo animaba era la unificación de las fuerzas federalistas de la América central, para barrer con los régimen conservadores desde Alaska hasta la Patagonia.
Luego se supo en Macondo que el coronel Aureliano Buendía estaba ya en camino para ponerse al frente de la rebelión más prolongada, radical y sangrienta de cuantas se habían intentado hasta entonces.
El régimen no admitió el estado de guerra mientras no se proclamó en un bando que se le había seguido consejo de guerra en ausencia al coronel Aureliano Buendía, y había sido condenado a muerte, se ordenaba cumplir la sentencia a la primera guarnición que lo capturara.
Estaba en el país desde hacía más de un mes nadie lo sabia hasta cuando se anunció oficialmente que se había apoderado de dos estados del litoral.
El primero de Octubre, al amanecer, el coronel Aureliano Buendía con mil hombres bien armados atacó a Macondo y la guarnición recibió la orden de resistir hasta el final.
Vestía un uniforme de dril ordinario, unas botas altas con espuelas embardunadas de barro y sangre seca. Llevaba al cinto una escuadra con la funda desabrochada y la mano siempre apoyada en la culata revelaba la misma tensión vigilante y resuelta de la mirada, su cabeza, ahora con entradas profundas, parecía horneada a fuego lento. Su rostro cuarteado por la sal del Caribe había adquirido una dureza metálica. Estaba preservado contra la vejez inminente por una vitalidad que tenía algo que ver con la frialdad de las entrañas. Era más alto que cuando se fue, más pálido y óseo y manifestaba los primeros síntomas de resistencia a la nostalgia. _ Dios mío _ se dijo Úrsula su madre, alarmada _ Ahora parece un hombre capaz de todo _.