Alejo Carpentier y Valmont (26 de
diciembre de 1904 – 24 de abril de 1980), fue un novelista y narrador cubano
que influyó notablemente en la literatura latinoamericana durante su período de
auge, el llamado boom latinoamericano. La crítica lo considera uno de los
escritores fundamentales del siglo XX en lengua castellana, y uno de los
artífices de la renovación literaria latinoamericana, en particular a través de
un estilo que incorpora varias dimensiones y aspectos de la imaginación para
recrear la realidad, elementos que contribuyeron a su formación y uso de
lo “Real Maravilloso”.
Dice en el
prologo del Reino de este Mundo el autor, que lo maravilloso comienza a serlo
de manera inequívoca cuando surge de una alteración de la realidad, (el
milagro), de una revelación privilegiada de la realidad, de una iluminación
inhabitual o singularmente favorecedora de las inadvertidas riquezas de la
realidad, de una ampliación de las escalas y categorías de la realidad,
percibidas con particular intensidad en virtud de una exaltación del espíritu
que lo conduce a un modo de “ estado limite “. Para empezar, la sensación de lo
maravillosos presupone una fe. Los que no creen en santos no pueden curarse con
milagros de santos, ni los que no son Quijotes pueden meterse, en cuerpo, alma
y bienes, en el mundo de Amadís de Gaula o Tirante el Blanco.
Lo real
maravilloso es un patrimonio de la América entera, donde todavía no se ha
terminado de establecer, por ejemplo, un recuento de cosmogonías. Lo real
maravilloso se encuentra a cada paso en las vidas de hombres que inscribieron
fechas en la historia del continente y dejaron apellidos, aún llevados: desde
los buscadores de la Fuente de la Eterna Juventud, de la áurea ciudad de Manoa,
hasta ciertos rebeldes de la primera hora o ciertos héroes modernos de nuestras
guerras de independencia.
El Reino de
este Mundo cuenta la historia de los levantamientos de los esclavos negros en
Santo Domingo Haití por ese entonces colonia francesa, producido en primera
instancia por el personaje Mackandal, quien trabajaba en un trapiche junto a Ti
Noel protagonista central de esta historia, tras perder el brazo que quedo
atorado en el trapicha por esto el esclavo Mackandal por su incapacidad es
derivado a cuidar el ganado, pronto este se interesa por las hierbas, raíces y
plantas de su tierra y junto a una bruja prepara un poderoso veneno que es
derramado por todas las haciendas produciendo la muerte masiva del ganado, el pánico
entra en los colonos cuando el veneno llega a sus casas, por este motivo los
colonos empiezan a matar y torturar a los negros hasta descubrir que detrás de
todo está el manco Mackandal quien se esconde de sus perseguidores con sus
poderes licantrópicos hasta que finalmente es apresado y llevado a la plaza
para ser quemado en público y en presencia de todos los esclavos para
escarmiento de estos. Luego de ser ejecutado, la situación se calma y los colonos vuelven a dominar a sus
esclavos, pero el espíritu de Mackandal seguía vivo, enterados de que en
Francia se pregonaba en ciertos círculos la libertad de los negros surge la
figura de Bouckman el jamaiquino que planeo una sublevación y la señal fue dada
por el sonido de una trompa de caracol que fue respondida por los montes y la
selva. Todas las puertas de los barracones cayeron a la vez, derribadas desde
adentro, armados de estacas, los esclavos rodearon las casas de los mayorales
apoderándose de las herramientas corrieron hacia las viviendas principales,
dando mueras a los amos, al gobernador, al Buen Dios y a todos los franceses.
Monsieur Lenomand
de Mezy, amo de Ti Noel, había sobrevivido al esconderse en un pozo, paso
varios días aterrorizado hasta que un correo a caballo frenó su montura con la
noticia de que la horda estaba vencida y la cabeza del jamaiquino Bouckman se
engusanaba ya verdosa y boquiabierta en el preciso lugar en que se había hecho
ceniza hedionda la carne del manco Mackandal. Se estaba organizando el
exterminio total de negros. Lenomand de Mezy se montó en la grupa del caballo
del mensajero, que salió gualtrapeando por el camino del Cabo.
Lenomand de
Mezy huyó a Santiago de Cuba con un puñado de esclavos que logro rescatar de la
muerte entre ellos Ti Noel, casi todos los colonos escaparon tras no poder
sofocar la rebelión.
Varios años después
Ti Noel escapa de sus amos y vuelve a Santo Domingo, se encamina hacia la
antigua hacienda de Lenomand de Mezy, estaba hablando con las hormigas cuando
un ruido inesperado le hizo volver la cabeza. Hacia él venían, a todo trote,
varios jinetes de uniformes resplandecientes de estilos napoleónicos, Ti Noel,
fascinado, siguió el rastro de sus caballos en la tierra del camino. Sobre un
fondo de montañas estriadas de violado por gargantas profundas se alzaba un
palacio rosado, un alcázar de ventanas arqueadas. A medida que se iba
acercando, Ti Noel descubría terrazas, estatuas, arcadas, jardines, pérgolas,
arroyos, pero lo que más asombraba a Ti Noel era el descubrimiento de que ese
mundo prodigioso, como no lo habían conocido los gobernadores del Cabo era un
mundo de negros. Ti Noel comprendió que se hallaba en Sans – Souci, la
residencia predilecta del rey Henri Christophe, aquel que fuera antaño cocinero
en la calle de los españoles y que hoy fundía monedas con sus iniciales, Ti
Noel fue apresado y los pusieron a trabajar llevando ladrillos a la obra. El rey
Christophe subía a menudo a la ciudadela para cerciorarse de los progresos de
la obra. En caso de intento de reconquista de la isla por Francia, él, Henri
Christophe, Dios, mi causa y mi espada, podría resistir ahí, encima de las
nubes durante los años que fuesen necesarios.
Un día el
pueblo se cansó de la tiranía del rey y este cae herido en una iglesia y es
llevado a su palacio. ¡Están tocando el maducumán! Gritó Christophe, en ese
instante la guardia rompió filas atravesando en desorden la explanada de honor.
Los oficiales corrieron con el sable en claro. De las ventanas de los cuarteles
empezaron a descolgarse racimos de hombres, se dispararon tiros al aire, era una
desbandada general de uniformes, luego fue la calma del atardecer, el palacio
estaba desierto, entregado a la noche sin luna. Era de quien quisiera tomarlo. La
noche se lleno de tambores. Llamándose unos a otros, respondiéndose de montaña
a montaña, subiendo de las playas, saliendo de las cavernas, tronaban los
tambores radás, los tambores congos, los tambores de Bouckman, los tambores de
los Grandes Pactos, los tambores todos del vodú. El rey estaba en su
habitación, ya había comenzado el incendio de sus granjas, de sus alquerías, de
sus cañaverales. Ahora, delante de los tambores corría el fuego, saltando de
casa en casa, de sembrado a sembrado. El edificio entero había desaparecido en
ese fuego frio, haciendo de cada pared una cisterna de hogueras encrespadas. Casi
no oyó el disparo, por que los tambores estaban ya demasiado cerca. La mano de
Christophe soltó el arma, yendo a la sien abierta. Así, el cuerpo se levantó
todavía, quedando como suspendido en el intento de un paso, antes de
desplomarse, de cara adelante, con todas sus condecoraciones. Los pajes
aparecieron en el umbral de la sala. El rey moría, de bruces en su propia
sangre.
Ti Noel fue
uno de los primeros en saquear el palacio y su casa, la había sido de Lenomand
de Mezy tenía extravagantes muebles. Al tiempo llegaron los agrimensores
blancos y median la tierra y pronto los negros cayeron bajo el látigo
nuevamente para trabajar la tierra, esta vez los amos se hacían denominar como
Mulatos Republicanos. Por más que pensara Ti Noel no veía la manera de ayudar a
sus pares nuevamente encorvados bajo la tralla de alguien. El anciano comenzaba
a desesperarse ante ese inacabable retoñar de cadenas, ese renacer de grillos,
esa proliferación de miserias, que los más resignados acababan por aceptar como
prueba de la inutilidad de toda rebeldía. Ti Noel temió que también le hicieran
trabajar a pesar de su edad, ya que la vestidura de hombre solía traer tantas
calamidades, más valía despojarse de ella por un tiempo, tomada esa decisión,
Ti Noel se sorprendió de lo fácil que es transformarse en animal cuando se
tienen poderes para ello. Como prueba se trepó a un árbol, quiso ser ave, y al
punto fue ave, y así Ti Noel se fue transformando en diversos animales pero
ningún estilo de vida de estos lo conformaba y comprendió entonces, que el
hombre nunca sabe para quién padece y espera. Padece y espera y trabaja para
gente que nunca conocerá, y que a su vez padecerán y esperarán y trabajarán
para otros que tampoco serán felices, pues el hombre ansía siempre una
felicidad situada más allá de la porción que le es otorgada. Pero la grandeza
del hombre está precisamente en querer mejorar lo que es. En imponerse tareas. En
el Reino de los Cielos no hay grandes que conquistar, puesto que allá todo es
jerarquía establecida, incógnita despejada, existir sin término, imposibilidad
de sacrificio, reposo y deleite. Por ello, agobiado de penas y tareas, hermoso
dentro de su miseria, capaz de amar en medio de las plagas, el hombre solo
puede hallar su grandeza, su máxima medida en el Reino de este Mundo.
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