martes, 18 de noviembre de 2014

Alejo Carpentier, lo Real Maravilloso, El Reino de este Mundo.



Alejo Carpentier y Valmont (26 de diciembre de 1904 – 24 de abril de 1980), fue un novelista y narrador cubano que influyó notablemente en la literatura latinoamericana durante su período de auge, el llamado boom latinoamericano. La crítica lo considera uno de los escritores fundamentales del siglo XX en lengua castellana, y uno de los artífices de la renovación literaria latinoamericana, en particular a través de un estilo que incorpora varias dimensiones y aspectos de la imaginación para recrear la realidad, elementos que contribuyeron a su formación y uso de lo  “Real Maravilloso”.
Dice en el prologo del Reino de este Mundo el autor, que lo maravilloso comienza a serlo de manera inequívoca cuando surge de una alteración de la realidad, (el milagro), de una revelación privilegiada de la realidad, de una iluminación inhabitual o singularmente favorecedora de las inadvertidas riquezas de la realidad, de una ampliación de las escalas y categorías de la realidad, percibidas con particular intensidad en virtud de una exaltación del espíritu que lo conduce a un modo de “ estado limite “. Para empezar, la sensación de lo maravillosos presupone una fe. Los que no creen en santos no pueden curarse con milagros de santos, ni los que no son Quijotes pueden meterse, en cuerpo, alma y bienes, en el mundo de Amadís de Gaula o Tirante el Blanco.
Lo real maravilloso es un patrimonio de la América entera, donde todavía no se ha terminado de establecer, por ejemplo, un recuento de cosmogonías. Lo real maravilloso se encuentra a cada paso en las vidas de hombres que inscribieron fechas en la historia del continente y dejaron apellidos, aún llevados: desde los buscadores de la Fuente de la Eterna Juventud, de la áurea ciudad de Manoa, hasta ciertos rebeldes de la primera hora o ciertos héroes modernos de nuestras guerras de independencia.
El Reino de este Mundo cuenta la historia de los levantamientos de los esclavos negros en Santo Domingo Haití por ese entonces colonia francesa, producido en primera instancia por el personaje Mackandal, quien trabajaba en un trapiche junto a Ti Noel protagonista central de esta historia, tras perder el brazo que quedo atorado en el trapicha por esto el esclavo Mackandal por su incapacidad es derivado a cuidar el ganado, pronto este se interesa por las hierbas, raíces y plantas de su tierra y junto a una bruja prepara un poderoso veneno que es derramado por todas las haciendas produciendo la muerte masiva del ganado, el pánico entra en los colonos cuando el veneno llega a sus casas, por este motivo los colonos empiezan a matar y torturar a los negros hasta descubrir que detrás de todo está el manco Mackandal quien se esconde de sus perseguidores con sus poderes licantrópicos hasta que finalmente es apresado y llevado a la plaza para ser quemado en público y en presencia de todos los esclavos para escarmiento de estos. Luego de ser ejecutado, la situación se calma  y los colonos vuelven a dominar a sus esclavos, pero el espíritu de Mackandal seguía vivo, enterados de que en Francia se pregonaba en ciertos círculos la libertad de los negros surge la figura de Bouckman el jamaiquino que planeo una sublevación y la señal fue dada por el sonido de una trompa de caracol que fue respondida por los montes y la selva. Todas las puertas de los barracones cayeron a la vez, derribadas desde adentro, armados de estacas, los esclavos rodearon las casas de los mayorales apoderándose de las herramientas corrieron hacia las viviendas principales, dando mueras a los amos, al gobernador, al Buen Dios y a todos los franceses.
Monsieur Lenomand de Mezy, amo de Ti Noel, había sobrevivido al esconderse en un pozo, paso varios días aterrorizado hasta que un correo a caballo frenó su montura con la noticia de que la horda estaba vencida y la cabeza del jamaiquino Bouckman se engusanaba ya verdosa y boquiabierta en el preciso lugar en que se había hecho ceniza hedionda la carne del manco Mackandal. Se estaba organizando el exterminio total de negros. Lenomand de Mezy se montó en la grupa del caballo del mensajero, que salió gualtrapeando por el camino del Cabo.
Lenomand de Mezy huyó a Santiago de Cuba con un puñado de esclavos que logro rescatar de la muerte entre ellos Ti Noel, casi todos los colonos escaparon tras no poder sofocar la rebelión.
Varios años después Ti Noel escapa de sus amos y vuelve a Santo Domingo, se encamina hacia la antigua hacienda de Lenomand de Mezy, estaba hablando con las hormigas cuando un ruido inesperado le hizo volver la cabeza. Hacia él venían, a todo trote, varios jinetes de uniformes resplandecientes de estilos napoleónicos, Ti Noel, fascinado, siguió el rastro de sus caballos en la tierra del camino. Sobre un fondo de montañas estriadas de violado por gargantas profundas se alzaba un palacio rosado, un alcázar de ventanas arqueadas. A medida que se iba acercando, Ti Noel descubría terrazas, estatuas, arcadas, jardines, pérgolas, arroyos, pero lo que más asombraba a Ti Noel era el descubrimiento de que ese mundo prodigioso, como no lo habían conocido los gobernadores del Cabo era un mundo de negros. Ti Noel comprendió que se hallaba en Sans – Souci, la residencia predilecta del rey Henri Christophe, aquel que fuera antaño cocinero en la calle de los españoles y que hoy fundía monedas con sus iniciales, Ti Noel fue apresado y los pusieron a trabajar llevando ladrillos a la obra. El rey Christophe subía a menudo a la ciudadela para cerciorarse de los progresos de la obra. En caso de intento de reconquista de la isla por Francia, él, Henri Christophe, Dios, mi causa y mi espada, podría resistir ahí, encima de las nubes durante los años que fuesen necesarios.
Un día el pueblo se cansó de la tiranía del rey y este cae herido en una iglesia y es llevado a su palacio. ¡Están tocando el maducumán! Gritó Christophe, en ese instante la guardia rompió filas atravesando en desorden la explanada de honor. Los oficiales corrieron con el sable en claro. De las ventanas de los cuarteles empezaron a descolgarse racimos de hombres, se dispararon tiros al aire, era una desbandada general de uniformes, luego fue la calma del atardecer, el palacio estaba desierto, entregado a la noche sin luna. Era de quien quisiera tomarlo. La noche se lleno de tambores. Llamándose unos a otros, respondiéndose de montaña a montaña, subiendo de las playas, saliendo de las cavernas, tronaban los tambores radás, los tambores congos, los tambores de Bouckman, los tambores de los Grandes Pactos, los tambores todos del vodú. El rey estaba en su habitación, ya había comenzado el incendio de sus granjas, de sus alquerías, de sus cañaverales. Ahora, delante de los tambores corría el fuego, saltando de casa en casa, de sembrado a sembrado. El edificio entero había desaparecido en ese fuego frio, haciendo de cada pared una cisterna de hogueras encrespadas. Casi no oyó el disparo, por que los tambores estaban ya demasiado cerca. La mano de Christophe soltó el arma, yendo a la sien abierta. Así, el cuerpo se levantó todavía, quedando como suspendido en el intento de un paso, antes de desplomarse, de cara adelante, con todas sus condecoraciones. Los pajes aparecieron en el umbral de la sala. El rey moría, de bruces en su propia sangre.
Ti Noel fue uno de los primeros en saquear el palacio y su casa, la había sido de Lenomand de Mezy tenía extravagantes muebles. Al tiempo llegaron los agrimensores blancos y median la tierra y pronto los negros cayeron bajo el látigo nuevamente para trabajar la tierra, esta vez los amos se hacían denominar como Mulatos Republicanos. Por más que pensara Ti Noel no veía la manera de ayudar a sus pares nuevamente encorvados bajo la tralla de alguien. El anciano comenzaba a desesperarse ante ese inacabable retoñar de cadenas, ese renacer de grillos, esa proliferación de miserias, que los más resignados acababan por aceptar como prueba de la inutilidad de toda rebeldía. Ti Noel temió que también le hicieran trabajar a pesar de su edad, ya que la vestidura de hombre solía traer tantas calamidades, más valía despojarse de ella por un tiempo, tomada esa decisión, Ti Noel se sorprendió de lo fácil que es transformarse en animal cuando se tienen poderes para ello. Como prueba se trepó a un árbol, quiso ser ave, y al punto fue ave, y así Ti Noel se fue transformando en diversos animales pero ningún estilo de vida de estos lo conformaba y comprendió entonces, que el hombre nunca sabe para quién padece y espera. Padece y espera y trabaja para gente que nunca conocerá, y que a su vez padecerán y esperarán y trabajarán para otros que tampoco serán felices, pues el hombre ansía siempre una felicidad situada más allá de la porción que le es otorgada. Pero la grandeza del hombre está precisamente en querer mejorar lo que es. En imponerse tareas. En el Reino de los Cielos no hay grandes que conquistar, puesto que allá todo es jerarquía establecida, incógnita despejada, existir sin término, imposibilidad de sacrificio, reposo y deleite. Por ello, agobiado de penas y tareas, hermoso dentro de su miseria, capaz de amar en medio de las plagas, el hombre solo puede hallar su grandeza, su máxima medida en el Reino de este Mundo.          

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