Cuando termino la guerra, el gobierno
en una proclama altisonante prometía un despiadado castigo para los promotores
de la rebelión, el coronel Aureliano Buendía cayó prisionero cuando estaba a
punto de alcanzar la frontera disfrazado de hechicero indígena. La noticia de
la captura fue dada en Macondo con un bando extraordinario. El coronel
Aureliano Buendía había sido condenado a muerte y cuando le preguntaron por su
última voluntad, no tuvo la menor dificultad para identificar el presagio que
le inspiro la respuesta: _ Pido que la sentencia se cumpla en Macondo_ El
presidente del tribunal se disgusto: _ No sea vivo, Buendía _ Le dijo _ Es una estratagema
para ganar tiempo. _ Si no la cumplen, allá ustedes _ Dijo el coronel _ Pero
esa es mi última voluntad.
La sentencia
seria ejecutada en Macondo, para escarmiento de la población.
Llego a
Macondo con las manos amarradas a la espalda con una soga que sostenía en la
cabeza de su montura un oficial a caballo, parecía un pordiosero, tenía la ropa
desgarrada, el cabello y la barba enmarañados, y estaba descalzo.
Desde el
principio de la adolescencia, cuando empezó a ser consciente de sus presagios,
pensó que la muerte había de anunciarse con una señal definida, inequívoca,
pero le faltaban pocas horas para morir, y la señal no llegaba, así había
logrado eludir cuatro de once emboscadas, entonces llegó a la conclusión de que
quizás la muerte no se anunciaría esta vez, porque no dependía del azar sino de
la voluntad de sus verdugos.
_ Vamos,
Buendía _ le dijo su verdugo Roque Carnicero _ Nos llego la hora. _ Así que era
esto _ Replicó el coronel _ Estaba
soñando _ Tanto joderse uno _ murmuraba
_ tanto joderse para que lo maten a uno seis maricas sin poder hacer nada.
Cuando el
pelotón lo apuntó, la rabia se había materializado en una sustancia viscosa y
amarga que le adormeció la lengua y lo obligó a cerrar los ojos. Entonces desapareció
el resplandor de aluminio del amanecer, cuando oyó el grito creyó que era la
orden final al pelotón. Abrió los ojos con una curiosidad de escalofrió, esperando
encontrarse con la trayectoria incandescente de los proyectiles, pero sólo
encontró al capitán Roque Carnicero con los brazos en alto, y a José Arcadio,
su hermano, atravesando la calle con su escopeta pavorosa lista para disparar,
_ No haga fuego _ Le dijo el capitán a José Arcadio _ Usted viene mandado por
la Divina Providencia. Allí empezó otra guerra. El capitán Roque Carnicero y
sus seis hombres se fueron con el coronel Aureliano Buendía a liberar al
general revolucionario Victorio Medina, condenado a muerte en Riohacha,
tuvieron que hacer la peligrosa ruta de las estribaciones, sin mas municiones
que las del pelotón de fusilamiento, cuando avistaron a Riohacha desde un recodo
de la sierra el general Victorio Medina había sido fusilado. Los hombres del
coronel Aureliano Buendía lo proclamaron jefe de las fuerzas revolucionarias
del litoral del Caribe, con el grado de general. Él asumió el cargo, pero
rechazó el ascenso, y se puso a sí mismo la condición de no aceptarlo mientras
no derribaran el régimen conservador. Al cabo de tres meses habían logrado
armar a más de mil hombres y fueron ganando y perdiendo batallas.
Un parte del
gobierno divulgado por telégrafo y publicado en bandos jubilosos por todo el
país, anunció la muerte del coronel Aureliano Buendía, pero dos días después,
un telegrama múltiple, anunciaba otra rebelión en los llanos del sur. Así empezó
la leyenda de la ubicuidad del coronel Aureliano Buendía. Informaciones simultáneas
y contradictorias lo declaraban victoriosos en Villa Nueva, derrotado en
Guacamayal, muerto en una aldea de la ciénaga y otra vez sublevado en Urumita.
Los dirigentes
liberales, que en aquel momento estaban negociando una participación en el
parlamento, lo señalaron como un aventurero, sin representación de partido. El gobierno
nacional lo asimiló a la categoría de bandolero y puso a su cabeza un precio de
cinco mil pesos. Al cabo de dieciséis derrotas el coronel Aureliano Buendía
salió de la Guajira con dos mil indígenas bien armados, y la guarnición sorprendida
durante el sueño abandonó Riohacha. Allí estableció su cuartel general y
proclamó la guerra total contra el régimen.
Tres meses
después regresó a Macondo pero no se entusiasmaba con las apariencias. Las tropas
del gobierno abandonaban las plazas sin resistencia, pero el tenia conciencia
de estar acorralado contra el mar, y metido en una situación política muy
confusa. Buscando una tronera de escape pasaba horas y horas en la oficina
telegráfica, conferenciando con los jefes de otras plazas, y cada vez salía con
la impresión más definida de que la guerra estaba estancada. _ Estamos
perdiendo el tiempo _ se quejaba ante sus oficiales _ Estaremos perdiendo el
tiempo mientras los cabrones del partido estén mendigando un asiento en el
congreso _.
Una noche de
incertidumbre en que Pilar Ternera cantaba en el patio con la tropa, él le pidió
que le leyera el porvenir en las barajas _ Cuídate la boca _ Fue todo lo que
saco en claro Pilar ternera. Dos días después alguien le dio a un ordenanza un
tazón de café si azúcar, y el ordenanza se lo pasó a otro, y esté a otro, hasta
que llegó de mano en mano al despacho del coronel Aureliano Buendía, no había pedido
café, pero ya que estaba ahí, el coronel se lo tomó, tenía una carga de nuez vómica
suficiente para matar un caballo. Cuando lo llevaron a su casa estaba tieso y
arqueado y tenía la lengua partida entre los dientes. Su madre se lo disputó a
la muerte. Después de limpiarle el estómago con vomitivos, lo envolvió en
frazadas calientes y le dio claras de huevo durante dos días, hasta que el
cuerpo estragado recobró la temperatura normal. Al cuarto día estaba fuera de
peligro. En esas noches sus pensamientos se hicieron tan claros, que pudo examinarlos
al derecho y al revés, una noche le preguntó al coronel Gerineldo Márquez: _
Dime una cosa, compadre: ¿Por qué estás peleando? _ por qué ha de ser, compadre
_ contestó _ Por el gran partido liberal.
_ Dichoso tú
que lo sabes _ contesto él _ yo por mi parte, apenas ahora me doy cuenta que
estoy peleando por orgullo.
_ Eso es
malo _ dijo Gerineldo.
Al coronel
Aureliano Buendía le divirtió su alarma _ Naturalmente _ dijo _ Pero en todo
caso, es mejor eso que no saber por qué se pelea _ Lo miró a los ojos, y agregó
sonriendo: _ O que pelear como tú por algo que no significa nada para nadie.
La convalecencia
le permitió reflexionar. Entonces consiguió que su madre le diera el resto de
la herencia enterrada y sus cuantiosos ahorros, nombró jefe civil y militar de
Macondo al coronel Gerineldo Márquez y se fue a establecer contacto con los
grupos rebeldes del interior.
Tiempo
después los oficiales de Macondo tenían informes confidenciales de la
inminencia de una paz negociada, en efecto los dirigentes del partido habían
establecido contacto con jefes rebeldes del interior, y estaban en vísperas de
concertar el armisticio a cambio de tres ministerios para los liberales, una
representación minoritaria en el parlamento y la amnistía general para los
rebeldes que depusieran las armas. Una orden altamente confidencial del coronel
Aureliano Buendía, que declaraba estar en desacuerdo con los términos del
armisticio llego a los oficiales en Macondo.
Diez días después
de que un comunicado conjunto del gobierno y la oposición anunció el término de
la guerra, se tuvieron noticias del primer levantamiento armado del coronel
Aureliano Buendía en la frontera occidental. En el curso de ese año, mientras
liberales y conservadores trataban de que el país creyera en la reconciliación,
intentó otros siete alzamientos. Ocupó más de quince días una aduana
fronteriza, y desde allí dirigió a la nación un llamado a la guerra general.
En aquellos
días se rumoreaba que el coronel había sido muerto en un desembarco cerca de la
capital provincial. El anuncio oficial, el cuarto en menos de dos años fue
tenido por cierto durante casi seis meses pues nada volvió a saberse de él. Luego
llego una noticia insólita. El coronel Aureliano Buendía estaba vivo, pero
aparentemente había desistido de hostigar al gobierno de su país y se había
sumado al federalismo triunfante en otras repúblicas del Caribe. Aparecía con
nombres distintos cada vez más lejos de su tierra. Después había de saberse que
la idea que entonces lo animaba era la unificación de las fuerzas federalistas
de la América central, para barrer con los régimen conservadores desde Alaska
hasta la Patagonia.
Luego se
supo en Macondo que el coronel Aureliano Buendía estaba ya en camino para
ponerse al frente de la rebelión más prolongada, radical y sangrienta de
cuantas se habían intentado hasta entonces.
El régimen
no admitió el estado de guerra mientras no se proclamó en un bando que se le
había seguido consejo de guerra en ausencia al coronel Aureliano Buendía, y
había sido condenado a muerte, se ordenaba cumplir la sentencia a la primera guarnición
que lo capturara.
Estaba en el
país desde hacía más de un mes nadie lo sabia hasta cuando se anunció
oficialmente que se había apoderado de dos estados del litoral.
El primero
de Octubre, al amanecer, el coronel Aureliano Buendía con mil hombres bien
armados atacó a Macondo y la guarnición recibió la orden de resistir hasta el
final.
Vestía un
uniforme de dril ordinario, unas botas altas con espuelas embardunadas de barro
y sangre seca. Llevaba al cinto una escuadra con la funda desabrochada y la
mano siempre apoyada en la culata revelaba la misma tensión vigilante y
resuelta de la mirada, su cabeza, ahora con entradas profundas, parecía
horneada a fuego lento. Su rostro cuarteado por la sal del Caribe había
adquirido una dureza metálica. Estaba preservado contra la vejez inminente por
una vitalidad que tenía algo que ver con la frialdad de las entrañas. Era más
alto que cuando se fue, más pálido y óseo y manifestaba los primeros síntomas de
resistencia a la nostalgia. _ Dios mío _ se dijo Úrsula su madre, alarmada _
Ahora parece un hombre capaz de todo _.
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