viernes, 7 de noviembre de 2014

Cien años de soledad, El coronel Aureliano Buendía, Segunda parte.



Cuando termino la guerra, el gobierno en una proclama altisonante prometía un despiadado castigo para los promotores de la rebelión, el coronel Aureliano Buendía cayó prisionero cuando estaba a punto de alcanzar la frontera disfrazado de hechicero indígena. La noticia de la captura fue dada en Macondo con un bando extraordinario. El coronel Aureliano Buendía había sido condenado a muerte y cuando le preguntaron por su última voluntad, no tuvo la menor dificultad para identificar el presagio que le inspiro la respuesta: _ Pido que la sentencia se cumpla en Macondo_ El presidente del tribunal se disgusto: _ No sea vivo, Buendía _ Le dijo _ Es una estratagema para ganar tiempo. _ Si no la cumplen, allá ustedes _ Dijo el coronel _ Pero esa es mi última voluntad.
La sentencia seria ejecutada en Macondo, para escarmiento de la población.
Llego a Macondo con las manos amarradas a la espalda con una soga que sostenía en la cabeza de su montura un oficial a caballo, parecía un pordiosero, tenía la ropa desgarrada, el cabello y la barba enmarañados, y estaba descalzo.
Desde el principio de la adolescencia, cuando empezó a ser consciente de sus presagios, pensó que la muerte había de anunciarse con una señal definida, inequívoca, pero le faltaban pocas horas para morir, y la señal no llegaba, así había logrado eludir cuatro de once emboscadas, entonces llegó a la conclusión de que quizás la muerte no se anunciaría esta vez, porque no dependía del azar sino de la voluntad de sus verdugos.
_ Vamos, Buendía _ le dijo su verdugo Roque Carnicero _ Nos llego la hora. _ Así que era esto  _ Replicó el coronel _ Estaba soñando  _ Tanto joderse uno _ murmuraba _ tanto joderse para que lo maten a uno seis maricas sin poder hacer nada.
Cuando el pelotón lo apuntó, la rabia se había materializado en una sustancia viscosa y amarga que le adormeció la lengua y lo obligó a cerrar los ojos. Entonces desapareció el resplandor de aluminio del amanecer, cuando oyó el grito creyó que era la orden final al pelotón. Abrió los ojos con una curiosidad de escalofrió, esperando encontrarse con la trayectoria incandescente de los proyectiles, pero sólo encontró al capitán Roque Carnicero con los brazos en alto, y a José Arcadio, su hermano, atravesando la calle con su escopeta pavorosa lista para disparar, _ No haga fuego _ Le dijo el capitán a José Arcadio _ Usted viene mandado por la Divina Providencia. Allí empezó otra guerra. El capitán Roque Carnicero y sus seis hombres se fueron con el coronel Aureliano Buendía a liberar al general revolucionario Victorio Medina, condenado a muerte en Riohacha, tuvieron que hacer la peligrosa ruta de las estribaciones, sin mas municiones que las del pelotón de fusilamiento, cuando avistaron a Riohacha desde un recodo de la sierra el general Victorio Medina había sido fusilado. Los hombres del coronel Aureliano Buendía lo proclamaron jefe de las fuerzas revolucionarias del litoral del Caribe, con el grado de general. Él asumió el cargo, pero rechazó el ascenso, y se puso a sí mismo la condición de no aceptarlo mientras no derribaran el régimen conservador. Al cabo de tres meses habían logrado armar a más de mil hombres y fueron ganando y perdiendo batallas.
Un parte del gobierno divulgado por telégrafo y publicado en bandos jubilosos por todo el país, anunció la muerte del coronel Aureliano Buendía, pero dos días después, un telegrama múltiple, anunciaba otra rebelión en los llanos del sur. Así empezó la leyenda de la ubicuidad del coronel Aureliano Buendía. Informaciones simultáneas y contradictorias lo declaraban victoriosos en Villa Nueva, derrotado en Guacamayal, muerto en una aldea de la ciénaga y otra vez sublevado en Urumita.
Los dirigentes liberales, que en aquel momento estaban negociando una participación en el parlamento, lo señalaron como un aventurero, sin representación de partido. El gobierno nacional lo asimiló a la categoría de bandolero y puso a su cabeza un precio de cinco mil pesos. Al cabo de dieciséis derrotas el coronel Aureliano Buendía salió de la Guajira con dos mil indígenas bien armados, y la guarnición sorprendida durante el sueño abandonó Riohacha. Allí estableció su cuartel general y proclamó la guerra total contra el régimen.
Tres meses después regresó a Macondo pero no se entusiasmaba con las apariencias. Las tropas del gobierno abandonaban las plazas sin resistencia, pero el tenia conciencia de estar acorralado contra el mar, y metido en una situación política muy confusa. Buscando una tronera de escape pasaba horas y horas en la oficina telegráfica, conferenciando con los jefes de otras plazas, y cada vez salía con la impresión más definida de que la guerra estaba estancada. _ Estamos perdiendo el tiempo _ se quejaba ante sus oficiales _ Estaremos perdiendo el tiempo mientras los cabrones del partido estén mendigando un asiento en el congreso _.
Una noche de incertidumbre en que Pilar Ternera cantaba en el patio con la tropa, él le pidió que le leyera el porvenir en las barajas _ Cuídate la boca _ Fue todo lo que saco en claro Pilar ternera. Dos días después alguien le dio a un ordenanza un tazón de café si azúcar, y el ordenanza se lo pasó a otro, y esté a otro, hasta que llegó de mano en mano al despacho del coronel Aureliano Buendía, no había pedido café, pero ya que estaba ahí, el coronel se lo tomó, tenía una carga de nuez vómica suficiente para matar un caballo. Cuando lo llevaron a su casa estaba tieso y arqueado y tenía la lengua partida entre los dientes. Su madre se lo disputó a la muerte. Después de limpiarle el estómago con vomitivos, lo envolvió en frazadas calientes y le dio claras de huevo durante dos días, hasta que el cuerpo estragado recobró la temperatura normal. Al cuarto día estaba fuera de peligro. En esas noches sus pensamientos se hicieron tan claros, que pudo examinarlos al derecho y al revés, una noche le preguntó al coronel Gerineldo Márquez: _ Dime una cosa, compadre: ¿Por qué estás peleando? _ por qué ha de ser, compadre _ contestó _ Por el gran partido liberal.
_ Dichoso tú que lo sabes _ contesto él _ yo por mi parte, apenas ahora me doy cuenta que estoy peleando por orgullo.
_ Eso es malo _ dijo Gerineldo.
Al coronel Aureliano Buendía le divirtió su alarma _ Naturalmente _ dijo _ Pero en todo caso, es mejor eso que no saber por qué se pelea _ Lo miró a los ojos, y agregó sonriendo: _ O que pelear como tú por algo que no significa nada para nadie.
La convalecencia le permitió reflexionar. Entonces consiguió que su madre le diera el resto de la herencia enterrada y sus cuantiosos ahorros, nombró jefe civil y militar de Macondo al coronel Gerineldo Márquez y se fue a establecer contacto con los grupos rebeldes del interior.
Tiempo después los oficiales de Macondo tenían informes confidenciales de la inminencia de una paz negociada, en efecto los dirigentes del partido habían establecido contacto con jefes rebeldes del interior, y estaban en vísperas de concertar el armisticio a cambio de tres ministerios para los liberales, una representación minoritaria en el parlamento y la amnistía general para los rebeldes que depusieran las armas. Una orden altamente confidencial del coronel Aureliano Buendía, que declaraba estar en desacuerdo con los términos del armisticio llego a los oficiales en Macondo.
Diez días después de que un comunicado conjunto del gobierno y la oposición anunció el término de la guerra, se tuvieron noticias del primer levantamiento armado del coronel Aureliano Buendía en la frontera occidental. En el curso de ese año, mientras liberales y conservadores trataban de que el país creyera en la reconciliación, intentó otros siete alzamientos. Ocupó más de quince días una aduana fronteriza, y desde allí dirigió a la nación un llamado a la guerra general.
En aquellos días se rumoreaba que el coronel había sido muerto en un desembarco cerca de la capital provincial. El anuncio oficial, el cuarto en menos de dos años fue tenido por cierto durante casi seis meses pues nada volvió a saberse de él. Luego llego una noticia insólita. El coronel Aureliano Buendía estaba vivo, pero aparentemente había desistido de hostigar al gobierno de su país y se había sumado al federalismo triunfante en otras repúblicas del Caribe. Aparecía con nombres distintos cada vez más lejos de su tierra. Después había de saberse que la idea que entonces lo animaba era la unificación de las fuerzas federalistas de la América central, para barrer con los régimen conservadores desde Alaska hasta la Patagonia.
Luego se supo en Macondo que el coronel Aureliano Buendía estaba ya en camino para ponerse al frente de la rebelión más prolongada, radical y sangrienta de cuantas se habían intentado hasta entonces.
El régimen no admitió el estado de guerra mientras no se proclamó en un bando que se le había seguido consejo de guerra en ausencia al coronel Aureliano Buendía, y había sido condenado a muerte, se ordenaba cumplir la sentencia a la primera guarnición que lo capturara.
Estaba en el país desde hacía más de un mes nadie lo sabia hasta cuando se anunció oficialmente que se había apoderado de dos estados del litoral.
El primero de Octubre, al amanecer, el coronel Aureliano Buendía con mil hombres bien armados atacó a Macondo y la guarnición recibió la orden de resistir hasta el final.
Vestía un uniforme de dril ordinario, unas botas altas con espuelas embardunadas de barro y sangre seca. Llevaba al cinto una escuadra con la funda desabrochada y la mano siempre apoyada en la culata revelaba la misma tensión vigilante y resuelta de la mirada, su cabeza, ahora con entradas profundas, parecía horneada a fuego lento. Su rostro cuarteado por la sal del Caribe había adquirido una dureza metálica. Estaba preservado contra la vejez inminente por una vitalidad que tenía algo que ver con la frialdad de las entrañas. Era más alto que cuando se fue, más pálido y óseo y manifestaba los primeros síntomas de resistencia a la nostalgia. _ Dios mío _ se dijo Úrsula su madre, alarmada _ Ahora parece un hombre capaz de todo _.     

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